El psicólogo Stanley Milgram llevó a cabo una serie de experimentos de psicología social en los años 60, en los que ponía a prueba la integridad y obediencia de 40 sujetos ante la autoridad de un investigador.
Era su respuesta a la condena a muerte de Adolf Eichmann por sus crímenes contra la humanidad durante la Segunda Guerra Mundial, ya que se planteaba la siguiente pregunta: ¿Podría ser que Eichmann y su millón de cómplices en el Holocausto sólo estuvieran siguiendo órdenes?
En 1961 se buscaron voluntarios de entre 20 y 50 años con cualquier nivel de educación, a través de anuncios en un periódico de New Havense, Connecticut, para participar en un ensayo relativo al estudio de la memoria y el aprendizaje en Yale. Se les pagaba cuatro dólares más dietas. En todo momento se les ocultó que iban a participar en un investigación sobre la obediencia a la autoridad, pero se les comunicó que el experimento iba a ser grabado para que no pudiesen negar posteriormente lo que había sucedido.
La prueba precisaba de tres personas: un experimentador (el investigador), un maestro y un alumno. Maestro y alumno tomaban un papel que determinaba su rol. Pero en realidad, los dos papeles ponían "maestro". Aquel que se identificaba como "alumno" era un cómplice del experimentador, un actor.
El alumno se sentaba en una especie de silla eléctrica. Se le ataba y se colocaban unos electrodos en su cuerpo y una crema para evitar quemaduras. Se le indicaba que las descargas que recibiría podían ser dolorosas pero no provocarían daños irreversibles. Todo bajo la supervisión del maestro.
Se comienza dando a ambos una descarga de 45 voltios para que el maestro comprobase el dolor real. El investigador le da una lista de parejas de palabras al maestro, que este lee al alumno. Al finalizar, leerá la primera palabra de cada par, dándole cuatro posibles respuestas al alumno. En caso de fallar, recibirá una descarga. La intensidad irá aumentando a través de los 30 niveles hasta los 450 voltios.
Obviamente, el alumno simplemente finge las descargas. A medida que aumenta la intensidad, finge enfermedades cardíacas, grita... Al alcanzar los 270 voltios, gritará de agonía, y a los 300, dejará de responder a las preguntas y emitirá estertores previos al coma.
-Continúe, por favor.
-El experimento requiere que usted continúe.
-Es absolutamente esencial que usted continúe.
-Usted no tiene opción alguna. Debe continuar.
Si después de esto el maestro se negaba a continuar, se paraba el experimento. Si no, se detenía después de que hubiera administrado el máximo de 450 voltios tres veces seguidas. Algunos preguntaban el propósito del experimento, otros aseguraban que no se responsabilizaban, otros se reían...
El 65% de los participantes aplicaron la descarga de 450 voltios. Todo pararon en cierto punto y cuestionaron el experimento, algunos incluso dijeron que devolverían el dinero que les habían pagado. Ningún participante se negó rotundamente a aplicar más descargas antes de alcanzar los 300 voltios.
Las terribles cifras del experimento, demostraron que los seres humanos ordinarios, ante la orden de una figura con un poco de autoridad, son capaces de cometer aborrecibles brutalidades, de actuar con crueldad y desprecio por la vida y de llevar a cabo actos de poca humanidad.
En 1999, Thomas Blass publicó un análisis de todos los experimentos similares, llegando a la conclusión de que entre el 61 y el 66% de los participantes aplicaban descargas de 450 voltios, sin importar el momento ni el lugar.
Increíblemente, este experimento se hizo de nuevo en 2009. La Radio Televisión Suiza y France Télévision estudiaron la influencia de la autoridad de la televisión sobre las personas. Se hizo creer a los voluntarios que eran miembros de un nuevo concurso llamado Zona Xtrema. Consistía en una prueba de memoria entre dos personas que concursaban para repartirse un premio de un millón de euros. Básicamente, se repetía la misma estructura que en el Experimento Milgram, solo que el investigador era aquí el presentador del concurso, el público y el productor. En este caso, se alcanzó una obediencia del 80%.
¿Hasta dónde llega la maldad humana?