Una de las historias más conocidas de la mitología griega es la del Minotauro, historia que nos hace recordar que en el fondo, dentro nuestro todos llevamos una bestia salvaje. Éste es el verdadero significado de este mito: recordarnos que tenemos límites que respetar, que dentro de nuestro mundo hay reglas que no nos permitirían ser la bestia interior, pero que aún así, allí está, durmiendo, o no tanto.
El Rey de la isla de Creta, Minos, sintió la necesidad de tener la aprobación de los dioses de su reinado, y entonces abordó un barco y zarpó hacia aguas abiertas, en las que habló con Poseidón, el rey de los mares, y uno de los tres dioses supremos: le pidió que le demostrara su aprobación, y que si su respuesta era afirmativa hiciera brotar de la espuma de las olas un toro de color blanco para que él pudiera sacrificarlo en su honor.
Poseidón respondió satisfactoriamente, arrojando, en un espectáculo de espumas, brillos y colores el magnífico semental, el toro blanco que el rey le había solicitado. Pero Minos, pecó de hibris (la palabra griega para la soberbia, que es la peor ofensa para los dioses, ya que pasar por encima de un Dios era creerse más importante que ellos), y no sacrificó al animal, pues era un ejemplar excepcional. En cambio sacrifico al mejor toro de su reino.
Poseidón lo tomo como una ofensa y decidió vengarse, augurando una venganza tan grandiosa, que el rey no se daría cuenta hasta que ya fuera tarde. Nueve meses después la venganza se culminó.
Poseidón llamó a Afrodita, la diosa del amor y le pidió que, como favor, hiciera que Pasifae, la esposa del Minos se enamorara de ese fantástico toro blanco. La mujer, atormentada por el extraño sentimiento de amor que sentía para con el animal, y por no poder consumar su amor, pidió a Dédalo, un inventor exiliado de Grecia, que construyera una vaca de madera para ella.
Dédalo le hizo caso y construyó el raro artefacto, sin conocer los motivos que movían a la reina. Ella se escondió dentro de la vaca de madera y ordenó dejarla en el corral del toro. Este había sido separado de las vacas, y privado del acto animal de la procreación, pero seguía oliendo el celo. Finalmente el toro montó la vaca de madera y Pasifae, dentro recibió la simiente del animal, y engendro un hijo.
Al nacer, Minos se enteró de que el hijo que su mujer había tenido en el vientre esos nueve meses no era de él, pues tenía cuerpo de hombre, pero cabeza y patas de toro. La bestia era demasiado horrenda para estar entre los seres humanos, entonces, conforme pasaban los años, no sabía ya donde ocultarla, y pidió a Dédalo que construyera un laberinto para el minotauro. Un laberinto colosal y majestuoso. Pero Minos recapacitó, y se dio cuenta de algo: Dédalo conocía la salida del laberinto, pues él lo había construido, conocía todos los secretos de sus recónditos pasillos.
Entonces lo encerró en una cueva en un risco. Dédalo e Ícaro, su hijo, eran suministrados de comida, agua y velas. Conforme pasaron los años Dédalo consumó su plan de escapatoria. Había recolectado en todos esos años cientos de miles de plumas de pájaros que volaban cerca de la cueva. y con la cera de las velas creó dos pares de alas, para volar hacia la libertad con su hijo.
Ícaro no sobrevivió, porque al volar como un pájaro, y sentir la libertad del viento y de la altura, se emocionó, como habría hecho cualquier otro hombre, y se creyó capaz de alcanzar el sol y voló cada vez más alto en el cielo azul. El sol, se sintió ofendido por la insolencia del joven que creía poder volar tan alto como los dioses y derritió la cera de sus alas, para que éstas se deshicieran en el aire, precipitándose al mar y muriendo.
En el laberinto de Minos, la bestia debía comer. Entonces se celebró un ritual monstruoso. Cada 7 años, 7 chicos y 7 chicas eran enviados desde varios puntos de Grecia, como regalo al tirano Minos en un barco. Eran encerrados en el Laberinto, donde, inevitablemente encontrarían sus muertes en el hocico y pezuñas de la bestia, a veces, después de semanas de deambular por el inmenso lugar sin encontrar salida alguna.
Hasta que un día, el héroe Teseo fue enviado en uno de esos viajes, para matar a la bestia. Pero en Creta se enamoró perdidamente de Ariadna, la hija de Minos y Pasifae. Ella le regaló una madeja de hilo y un cuchillo y le dijo que cuando fuera el momento entendería para qué debía usar estos objetos.
Teseo entró en el laberinto, dejando el hilo atado a su cintura y a la puerta, para poder volver, y asesinó al minotauro con el cuchillo.
Teseo volvía a por Ariadna, cuando Dioniso, el dios del vino, con órdenes de Poseidón, le interceptó y le dio de beber del vino del olvido. Y Teseo olvidó a su amada Ariadna, al minotauro y lo que prometió a su padre Egeo, que le había pedido a Teseo que si moría mandara el barco de vuelta, con velas negras, y si volvía vivo con velas blancas. Teseo olvido su juramento y volvió con velas negras. Egeo se arrojo al mar que lleva su nombre al ver el barco de su hijo “muerto”.