¿Es posible que exista algo capaz de convertir los metales en oro, o dar la inmortalidad?
Estas son solo algunas de la tan buscada Piedra Filosofal, que ya los árabes llamaron al-iksir (de donde derivó el término elixir), y de la que creían que era un polvo seco procedente de alguna roca.
Su existencia se relaciona con una antigua teoría aristotélica según la cual los elementos constaban de cuatro propiedades (frío,calor, humedad y sequedad). Modificando estas propiedades era posible convertir una sustancia. Por ejemplo, consideraban que el fuego era seco y caliente, y la tierra era seca y fría. En teoría, si se le quitaba toda la humedad a la tierra se convertiría en fuego. Así, a un metal vulgar se le podían añadir otras sustancias que modificasen estas propiedades, de tal forma que si se consiguen las proporciones adecuadas, se obtendría oro.
Existen dos tipos de Piedra Filosofal: la roja, que transforma los metales en oro, y la blanca, que los transforma en plata. La base de las dos es la pirita de hierro
Además, puesto que el oro es el único de los metales que no se oxida, se podría decir que es eterno. Por eso, si se consigue convertir un metal común en oro, es posible encontrar el elixir de la vida, que haría inmortal al poseedor de la fórmula.
La ingesta de un preparado de esta sustancia, llamado panacea, curaría cualquier enfermedad, y regeneraría el cuerpo humano. Además, estas propiedades se pueden aplicar a otros usos, ya que también haría crecer y madurar los frutos de las plantas de manera casi instantánea.
En el siglo XVI existió un alquimista llamado Paracelso que tenía una teoría muy peculiar: pensaba que existía una sustancia, aún por descubrir (a la que llamó alkahest), que tendría dos propiedades excepcionales: en forma de polvo, sería la Piedra Filosofal, mientras que en forma líquida sería un disolvente universal, capaz de disolver cualquier sustancia. La paradoja del alkahest es que, si lo disolvía todo, ¿dónde podría guardarse? La fórmula de Paracelso para fabricar alkahest contenía óxido de calcio, alcohol y carbonato de potasio en distintas proporciones. Sin embargo, por mucho que lo intentó el alquimista suizo, nunca consiguió obtener la legendaria sustancia.
Los alquimistas medievales buscaron por todos los medios la fórmula secreta, de lo que se aprovecharon muchos timadores que realizaban demostraciones públicas de trucos simples que engañaban a los presentes. Sin embargo, se publicaron numerosos escritos como los Papiros de Leyden y Estocolmo, donde se explicaba la técnica del dorado mediante una amalgama de mercurio y oro, o cómo los egipcios calentaban los objetos de oro al rojo vivo, con sulfato alumbre y sal para que los ácidos sulfúrico y clorhídrico resultantes se disolvieran, dejando una fina capa de oro puro que después de pulida, daba la impresión de que todo el objeto poseía idéntico grado de pureza.
Existieron muchos que sí lograron hallar la Piedra Filosofal, o al menos eso es lo que se dice: Ramón Llull, Arnaldo de Villanova, Paracelso, Bernardo Trevisano... El más relevante de todos ellos fue Nicolás Flamel, que dejó un escrito de sus investigaciones titulado Explicación de las figuras jeroglíficas puestas por mí, Nicolas Flamel, escribano, en el cementerio de los Inocentes en la cuarta arcada.
Según la leyenda, a Flamel se le apareció un ángel en sueños, y le mostró un libro, cuyo contenido no logró ver. En 1357, un hombre entró en la librería regentada por Flamel para venderle un libro por una importante suma de florines. Flamel lo reconoció al instante y no dudó en pagar lo que le pedía. Tenía una tapa de cobre y hojas de corteza de arbusto, y estaba firmado por un tal Abraham el Judío.
Durante muchos años, con ayuda de su esposa y otros alquimistas parisinos, trató, en vano, de descifrar el significado de los símbolos representados en el libro. Decidió entonces emigrar a Santiago de Compostela para encontrar respuestas. Durante el viaje conoció a un judío converso llamado Canches que le dijo que los símbolos estaban relacionados con los de la Cábala. Pero Canches murió antes de llegar a París, donde le había prometido ayudarle a resolver los enigmas.
En 1382, gracias a las escasas pistas obtenidas y a varios años dedicados al estudio, Flamel consiguió convertir mercurio en plata, y unos meses más tarde obtienen la Piedra Filosofal, transformando el mercurio en oro, que destinan a obras de caridad.
Esta historia se considera aceptada, pues Nicolas Flamel adquirió una gran fortuna en muy poco tiempo. Al morir él y su esposa, sus tumbas fueron saqueadas para conseguir la Piedra y el libro, pero ninguno de los dos apareció, dejando el misterio inconcluso.
Otros científicos como Jacques Bergier creían que la piedra filosofal podía tratarse de una sustancia radioactiva.
En la actualidad, las teorías alquímicas han evolucionado y gracias a la física nuclear es posible convertir plomo en oro, tal y como hizo el ganador del Premio Nobel Glenn Theodore Seaborg en 1980.
No hay comentarios:
Publicar un comentario