La Isla de Gorée, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, se encuentra situada frente a la costa de Senegal, país al que pertenece. En el pasado, perteneció a portugueses, los holandeses, los ingleses y los franceses.
A lo largo de más de tres siglos, fue uno de los más importantes mercados de esclavos, que se dirigían, principalmente, a Estados Unidos, al Caribe y a Brasil. Estas operaciones de venta de esclavos se iniciaron incluso antes de que los portugueses construyeran la primera Casa de esclavos en 1536 y se mantuvo hasta que, en 1848, Francia abolió la esclavitud.
Cerca de 20 millones de personas fueron secuestrados en sus aldeas y vendidos a piratas que se establecieron en esta isla.
La arquitectura de la isla pone de relieve las condiciones infrahumanas en las que vivían los esclavos hasta que eran vendidos y el lujo y las comodidades de que disfrutaban los traficantes.
En 1784, se edificó la Casa de esclavos, que la UNESCO conserva como museo. Esta residencia tenía 2 zonas separadas: en la planta superior, con todos los lujos y comodidades, vivía la acaudalada familia del traficante; en los lúgubres sótanos, se hacinaban hombres, mujeres y niños (hasta 50 por habitación), colocados espalda con espalda y encadenados como animales. Sólo podían salir de las habitaciones una hora una vez al día.
En la Casa había una sala para los hombres; una sala para recuperar peso; otra para las mujeres adultas; otra para las mujeres jóvenes; y una para los niños. Los tratantes intentaban a toda costa que los llantos de los niños no fuesen escuchados por sus madres, para evitar que el sufrimiento perjudicara su estado de salud y, por tanto, su valor económico. Más de un tercio de los niños capturados murieron allí.
Las mujeres tenían un precio superior a los hombres. Las cualidades que más se valoraban en ellas eran la salud, el pecho y la dentadura. También los niños eran apreciados por su dentadura y por lo saludables que pareciesen en el momento de la transacción. Los hombres debían pesar al menos 60 kilos.
Todos los esclavos eran expuestos en las escaeras exteriores de la Casa de los Esclavos. Allí eran manipulados como animales para examinarlos y así poder discutir el precio. En la parte superior de las escalinatas existe un balcón desde donde los mercaderes y tratantes se ponían de acuerdo en el precio de cada persona.
Una vez cerrado el trato, los esclavos eran conducidos al lugar en que eran embarcados. El oscuro y estrecho túnel que tenían que atravesar hasta llegar a los botes se conocían con el nombre de “El lugar de donde no se regresa”.
Al final de la larga y siniestra galería se apreciaba la luz del sol y el mar. Al llegar aquí, las familias se veían por última vez.
Después, los miembros de la familia eran separados y trasladados a diferentes lugares de América. Subían a unos botes que los llevaban a los barcos, momento éste en el que los piratas, con frecuencia, "eliminaban" a los esclavos que habían perdido su salud que lanzaban al mar infestado de tiburones.
La UNESCO conserva este lugar, de gran demanda turística, para que se mantenga en la memoria el terrible sufrimiento que durante siglos unos seres humanos fueron capaces de ocasionar a otros, pues, como sostiene Koïchiro Matsuura, Director general de la UNESCO:
”Este infame lugar es ahora un santuario universal, donde todos nosotros, de cada continente, podemos venir y conmemorar, en el dolor, la tragedia una vez infligida por seres humanos como nosotros sobre otros individuos de nuestra propia especie.”