Esta joya de color azul marino cuenta con un peso estimado en 45,52 quilates y fue hallada en el rio Kistnsi al suroeste de la India, Su color es debido a la presencia de trazas de átomos de boro en su composición.
La maldición comienza con la desgracia que sufrió el sacerdote hindú que la sustrajo del templo de la diosa Sita, pues fue torturado hasta morir.
El diamante aparece nuevamente, en esta ocasión en Europa en pleno siglo XVII, en poder de un comerciante y contrabandista, Jean-Baptiste Tavernier, quien se lo vende al rey francés Luis XIV por una enorme suma de dinero con la que compró una mansión y obtuvo un importante título nobiliario.
Muy pronto comenzó a endeudarse por culpa de su propio hijo, y terminó por malvender todas sus posesiones, por lo que decidió viajar a la India con el propósito de recuperar su fortuna. Su final fue realmente terrible: murió al ser atacado por una jauría de perros salvajes.
Luis XIV tenía el diamante custodiado con el resto de sus riquezas, y seguidamente, la gema pasaría a manos de Madame de Montespan, una de las muchas amantes del rey francés. Al poco tiempo la desgracia cayó sobre la nueva dueña de la alhaja, quien murió en la más completa miseria.
En 1716, durante una recepción oficial, Luis XIV enseñó aquella joya al enviado del Sha de Persia. Este mismo año el monarca francés falleció de forma totalmente inesperada.
La siguiente víctima fue María Antonieta, la esposa del Rey Luis XVI de Francia, quien obtuvo esta gema en 1774. En 1789 estalla la Revolución Francesa donde Luis XVI y María Antonieta son ahorcados, y el diamante desaparece.
La joya apareció nuevamente pero esta vez en manos del joyero francés, Jacques Celot, quien perdió la razón a causa de su obsesión por la joya y terminó suicidándose.
A continuación la joya fue adquirida por el príncipe ruso Iván Kanitoisski, quien se la regalo a una de sus amantes parisinas y luego la mató de un disparo; poco tiempo después Kanitoisski fue asesinado. Corre el rumor de que la misma Catalina la Grande de Rusia llevaba puesta la joya en el momento de morir de apoplejía.
Aquella joya de la muerte viajó por media Europa dejando a su paso toda clase de desgracias hasta que fue adquirida por Henry Thomas Hope, un banquero irlandés poseedor de una gran fortuna, el cual le dio su nombre actual: Diamante Hope. Años después, el nieto de Hope se arruinó y murió en la miseria.
El griego Simón Montarides fue el siguiente propietario del diamante, que atrajo la mala suerte del diamante. Se quebró el eje del carruaje en el que viajaba y cayó a un barranco. No murió solamente él, ya que además viajaban en el mismo carruaje su mujer y su hijo.
Posteriormente 1908, el sultán turco Abdul Hamit adquirió el diamante y, después de regalárselo a su esposa Subaya, la asesinó de una puñalada. Al año siguiente el sultán perdió el trono.
El magnate norteamericano Ned Mclean, fue el ultimo propietario. Lo adquirió en 1918. Mclean murió en un hospital psiquiátrico completamente arruinado, después de haber perdido a sus dos hijos en extrañas circunstancias: su hijo con apenas 8 años de edad murió atropellado y su hija falleció a causa de una sobredosis de somníferos. Después de las trágicas muertes de su esposo y de sus hijos, la señora Mclean, depositó la maléfica joya en una cámara de seguridad, permaneciendo oculta durante veinte años.
Pasadas dos décadas, el diamante fue heredado por una de sus nietas, Evelyn Walsh Mclean. Esta apareció muerta en extrañas circunstancias, a la edad de veinticinco años, en su apartamento de la ciudad de Texas. La maldición del Diamante Hope cesó en 1958 cuando Henry Winston, un experto en diamantes, la depositara en el Smithsonian Institut de Washington.