La historia de la conquista de América esta llena de episodios misteriosos. El de la mítica ciudad de El Dorado es quizá el que despertó con mayor intensidad la imaginación y codicia de los conquistadores. El posible hallazgo de un tesoro fabuloso y la gloria para el que lo consiguiese impulsó su búsqueda hasta límites casi demenciales.
Relacionado con él, pero mucho menos conocido, el mito de la Ciudad de los Césares, situada en algún de lugar de la Patagonia argentina, que provocó un interés enorme de las autoridades coloniales españolas que se prolongó hasta bien entrado el siglo XVIII. Durante ese tiempo se organizaron varias expediciones oficiales para encontrarla.
Los historiadores no se ponen de acuerdo a la hora de determinar cual fue el origen de la leyenda de la Ciudad de los Césares, también conocida como la Ciudad Encantada. En los primeros siglos de presencia europea en el continente americano, un tiempo en el que aventureros y desarrapados de toda condición, llegaban al Nuevo Mundo con la esperanza de conseguir glorias y riquezas. No se paraban a meditar tras escuchar todas las historias que circulaban sobre reinos o ciudades fabulosas, rebosantes de tesoros y maravillas nunca vistas, ensalzado todo con imágenes que despertaban la imaginación y fantasía de los españoles.
De entre todas ellas, quizá las más conocidas fueron la Fuente de la eterna juventud, en Florida, las Siete Ciudades de Cíbola, al norte de México, la Sierra de la Plata y el Rey Blanco, en el Río de la Plata, El Dorado, la más famosa de todas y buscada desde el Caribe hasta el Amazonas, y la que ahora nos ocupa, la Ciudad de los Césares, en la Patagonia.
Tras cada mito o leyenda se oculta un sustrato de realidad, y la imaginación y la fantasía de los hombres hace el resto. Durante los siglos XV y XVI, época de grandes descubrimientos geográficos realizados por marineros y soldados, surgieron narraciones sobre lo que habían visto durante sus travesías y viajes con una particular visión que en muchas ocasiones caía en la exageración.
El origen principal de la leyenda de la mítica Ciudad de los Césares es un ejemplo en el que se unían la ambición con un espíritu aventurero y descubridor, es el del capitán Francisco César. Sus orígenes y nacionalidad no están claros; mientras que para algunos autores era portugués otros afirman que era español, nacido en la provincia de Córdoba, pero impulsado por su ímpetu explorador, el capitán participó en varias expediciones con las que recorrió extensas zonas hasta entonces inexploradas del continente americano. Gracias a él tenemos la primera referencia de este sitio.
En 1528, durante la expedición de Sebastián Gaboto al Río de la Plata, el capitán Francisco César y 14 hombres más partieron a explorar el territorio hacia el oeste, y se especula que llegaron hasta los Andes o solo hasta las sierras de Córdoba.
César y seis de sus soldados volvieron tres meses más tarde relatando que habían visto una tierra muy rica que tenía "ovejas del Perú" (llamas), y gran abundancia de joyas y metales preciosos. Durante el siglo XVI se empezó a conocer a este misterioso lugar con el nombre de lo de César, a veces con intención burlesca. Cuando las historias comenzaron a hablar de la existencia de una ciudad inca, sus habitantes empezaron a ser llamados Césares.
Como su ubicación era incierta y al no encontrársela, empezó a sugerirse que esta misteriosa ciudad se hallaba mucho más al sur, como en la Sierra de Córdoba, rica en metalurgia y en la que hay presencia de estos animales.
Hay más historias sobre esta ciudad, que con el paso del tiempo se fusionaron, dando lugar a una única leyenda más o menos aceptada.
Se cree que era una ciudad de tipo inca, con largas calles, edificios de piedra y rodeada de una ciudad con cañones
Además, era muy popular la leyenda de que la habitaban aventureros perdidos, náufragos cuyas naves se habían hundido en el Estrecho de Magallanes, en las costas de la Patagonia y de Chile, delincuentes escapados de la horca, mujeres raptadas, antiguos incas huidos del Perú para no caer en manos de los españoles, piratas franceses e ingleses, misioneros, de los cuales nunca se había vuelto a hablar...
Las inmensas riquezas que poseía la ciudad tenían su origen en los tesoros que habían trasladado los refugiados incas y los cofres de los piratas con sus monedas y joyas. Se decía que quienes entraban en la ciudad no morían jamás, otros que olvidaban su idioma y sólo recordaban el nombre del Papa y del Rey.
Las inmensas riquezas que poseía la ciudad tenían su origen en los tesoros que habían trasladado los refugiados incas y los cofres de los piratas con sus monedas y joyas. Se decía que quienes entraban en la ciudad no morían jamás, otros que olvidaban su idioma y sólo recordaban el nombre del Papa y del Rey.
Todos coincidían en que la ciudad debía existir porque su gran difusión no podía ser sólo fruto de la imaginación, en especial la de los indígenas, pero había discrepancias en cuál era su ubicación. Muchos la ubicaban en distintos lugares de gran parte de América del Sur, que tenían por extremo. Cuzco al norte y el Estrecho de Magallanes al sur.
Hernandarias y Cabrera fueron dos conquistadores que recorrieron estas tierras hechizados por el mito. El primero, entonces gobernador del Río de la Plata, partió de Buenos Aires con una numerosa expedición en noviembre de 1604. Por la descripción que hizo del viaje, puede suponerse que habría llegado al río Colorado, al que bautizó como Turbio y de allí alcanzó la isla de Choele Choel en el río Negro y, seguramente, hasta lo que es en la actualidad la ciudad de General Roca.
Fatigada la tripulación, especialmente por la aridez del terreno y por la hostilidad de los indios, sin descartar la existencia de la ciudad, decidieron regresar.
Jerónimo Luis de Cabrera, hijo del fundador de Córdoba, partió de esa ciudad rumbo a Mendoza en 1620, se internó en el comienzo de la cordillera y alcanzó el río Negro, o tal vez las límpidas aguas del Limay, sin avanzar más. Un incendio, seguramente intencional, que afectó a las carretas los hizo volver.
Un ilustre personaje de la época, el padre Mascardi creía ciegamente en la misteriosa ciudad. Distribuyó entre los indios cartas destinadas a los españoles establecidos al sur del lago Nahuel Huapi para que le dieran algún indicio sobre la existencia de la ciudad. Un día se le presentó un indio con una carta de un español que hablaba de un cacique llamado Molicurá; desilusionado, comprobó que no hacía referencia a ningún lugar poblado, sólo mencionaba la existencia de tribus dispersas en nuestro territorio.
Otro cura llamado Menéndez, que habitaba en la zona del Nahuel Huapi, tuvo noticias que al final del río Negro había una ciudad con casas e iglesias con campanas. Hombres con calzones blancos que hacían pan y explicó cómo lo hacían. Agregó que el cacique de los españoles se llamaba Basilio. El misionero murió convencido de que los césares existían al final de aquel río. Así era, pero en vez de césares eran pobladores de Carmen de Patagones.
Los indios también le hicieron la misma historia a Villarino, quien con datos precisos no tardó en identificar a las "ciudades misteriosas" como San Juan y Mendoza. Es indudable que la historia de la Ciudad de los Césares fue un reflejo múltiple y alucinante de ciudades reales cuyos nombres los indios ignoraban.
Así que vemos como América puede esconder en sus entrañas otro mito similar a El Dorado, el Paititi o la La Fuente de la eterna Juventud, aún sin respuesta, pero tan goloso que hay quien hoy día cree en su existencia.