Su historia inspiró a Charles Perrault a la hora de escribir su cuento Barba Azul, aunque la historia original es increíblemente más cruel y macabra...
A los 15 años, retó a duelo a su amigo Antoin, hijo de una humilde familia. Presa del frenesí, Gilles le dio un fuerte golpe con la espada a su amigo en el cuello. Antoin cayó al piso, herido; tenía el cuello abierto y Gilles se quedó mirándolo, fascinado, mientras se desangraba. Fue su primer asesinato. Dado que era un noble, no fue condenado y la familia tuvo que aceptar una pequeña indemnización económica.
A los 11 años poseía una de las mayores fortunas del país, que se incrementó con al casarse con su prima Catalina de Thouars, cuya familia tenía unas riquezas enormes. El abuelo de Gilles obligó a la familia Thouars a ceder a su hija mediante amenazas, palizas y secuestros.
Tras esta educación carente de escrúpulos y prohibiciones, Gilles inició una carrera militar en la Guerra de los Cien Años. Sus cargas contra los enemigos eran brutales, sin importarle los gritos ni la sangre.
En 1429 Juana de Arco se presentaba ante el Carlos VII para solicitar un ejército de 10.000 hombres con el objetivo de liberar Orleans y que pudiese ser coronado rey. Y así fue: bajo el mando de Gilles de Rais, los soldados liberaron Orleans. Pero Juana de Arco, admirada profundamente por Gilles, fue condenada a morir en la hoguera acusada de herejía en 1431.
Gilles se aisló entonces en el castillo de Tiffauges, donde comenzó su carrera de crímenes contra la Iglesia a modo de desafío a Dios por haber permitido la muerte de Juana de Arco. Organizaba lujosas fiestas y representaciones teatrales que le llevaron a rozar la ruina. Su preocupación por el dinero le hizo instalar un laboratorio en el castillo para tratar de buscar la Piedra Filosofal, capaz de convertir cualquier metal en oro. Pero los resultados fueron negativos, siguió perdiendo dinero y los alquimistas que se quedaron a su lado le dijeron que solo podría tener éxito haciendo un pacto con el diablo.
Llegó entonces un brujo al castillo, llamado Du Mesnil. Exigió a Gilles que firmara con su sangre una cédula en la que se comprometía a dar al Diablo todo lo que quisiera, excepto su vida y su alma. Pero Satán no apareció. El mariscal comenzaba ya a dudar del poder de sus magos, cuando un suceso lo convenció: Un invocador, cuyo nombre se ha perdido, se reunió en una habitación del castillo con Gilles y su amigo de Sillé. Trazó en el suelo un gran círculo y ordenó a sus acompañantes que se metieran dentro. De Sillé rehusó; presa de un pánico inexplicable, se puso a temblar y murmuraba exorcismos en voz baja. Gilles de Rais, más atrevido, se mantuvo en el centro del círculo; pero, tras los primeros conjuros, se estremeció y quiso hacer la señal de la cruz. El brujo le ordenó que no se moviera. Al cabo de un momento se sintió cogido por la nuca; se asustó, vaciló y suplicó a la Virgen que lo salvara. El mago, furioso, le arrojó fuera del círculo; Gilles se escapó por la puerta corriendo y De Sillé lo hizo por la ventana; se encontraron abajo, asustados, porque del aposento donde estaba operando el mago salían fuertes lamentos. Se oyeron ruidos de espadas golpeando dura y apresuradamente en una coraza, luego unos gemidos, gritos de angustia, y las voces de un hombre al que estaban matando. Espantados, se quedan escuchando. Cuando cesó el estrépito volvieron, empujaron la puerta y hallaron al brujo tendido en el suelo, molido a golpes, con la frente destrozada en medio de un charco de sangre. Gilles, lleno de piedad, le acostó en su propia cama, curó sus heridas y le hizo confesar, por miedo a que muriese. El hechicero permaneció varios días entre la vida y la muerte, pero terminó por restablecerse.
Un sacerdote muy unido al Gilles, llamado Blanchet, le anunció su vuelta de Italia acompañado de un maestro de la magia florentina, el Evocador de los Demonios y las Larvas François Prélati, uno de los hombres más ingeniosos, eruditos y refinados de la época, que junto a su maestro, había hecho aparecer un buen número de demonios a cambio de algunas gallinas y golondrinas. Sin embargo, ningún demonio se apareció ante Gilles de Reis, pues el único propósito de Prélati era obtener beneficios económicos.
Finalmente, todos los alquimistas y los brujos que le rodeaban manifestaron que, para atraer a Satán, hacía falta que le cediera el alma y la vida o que cometiera crímenes. Gilles se negó a enajenar su existencia y abandonar su alma al diablo. Y así se cobró la primera de las víctimas de sus macabros vicios: un aprendiz de curtidor al que le cortó las muñecas y le sacó el corazón, los ojos y la sangre.
De esta forma descubrió su pasión por la tortura, la violación y el asesinato, en especial de niños y adolescentes. A partir de 1438 comenzaron a desaparecer jóvenes en las cercanías del castillo, sobre todo niños mendigos que eran retenidos en contra de su voluntad por sus sirvientes, y violados y desmembrados después. Gilles disfrutaba viendo la sala en la que eran colgados de unos ganchos. Al escuchar los gritos, les cortaba las ataduras y les reconfortaba para ganarse su confianza. Después, con un cuchillo, les cortaba la cabeza haciendo que quedase ligeramente unida al cuerpo y los violaba. Luego les cortaba la médula espinal y les dejaba morir a oscuras, conservando la sangre para bebérsela con fines mágicos. A otros, les abría el pecho con su daga y bebía el aliento de sus pulmones; les rasgaba también el vientre y lo olfateaba, agrandando con sus manos la herida, y se sentaba dentro. Después, se frotaba con los excrementos escapados de los intestinos de los niños. A un niño llegó a vaciarle los ojos y romperle parte del hueso para después, mientras su víctima daba alaridos de dolor, penetrarlo por las cuencas vacías y sangrantes.
En una ocasión, se acercó a un niño que había elegido previamente y lo llevó a la gran cama que ocupaba el fondo de la sala de torturas. Después de algunas caricias, le cortó la vena del cuello y se masturbó contra el cuerpo del niño, que no paraba de convulsionarse y desangrarse. Cuando acabó, tomó una espada y cortó la cabeza de la víctima. Gilles, en pleno éxtasis, violó al niño muerto y al acabar se derrumbó sobre el cuerpo cubriéndolo de besos y lamiendo la sangre.Luego ordenó que quemasen el cuerpo y que conservasen la cabeza hasta el día siguiente.
Otra de sus costumbres era conservar las cabezas de los niños, maquillarlas y peinarlas y hacer concursos de belleza. Sus invitados elegían la mejor y él la usaba con fines necrofílicos.
Tras sus crímenes, siempre lloraba y prometía redimirse, pero al despertar, el lugar del crimen estaba completamente limpio y sus intenciones quedaban en meras palabras.
A principios de 1440, los rumores de desapariciones llegaron a oídos del Duque de Gran Bretaña, que ordenó investigar el caso, descubriendo unos 50 cadáveres en el castillo. Gilles de Rais fue detenido y obligado a confesar mediante torturas, pero solo la amenaza de excomulgarle le hizo reaccionar. El 26 de octubre fue llevado a un descampado junto con dos de sus más destacados cómplices para ser ahorcado y quemado en la hoguera. En el patíbulo manifestó públicamente su arrepentimiento, instando a todos los presentes a no seguir su ejemplo y pidiendo humildemente perdón a los padres de las víctimas. Accediendo a las súplicas de algunos de sus parientes, el cuerpo, parcialmente quemado, fue retirado de la hoguera y enterrado en una iglesia de las carmelitas en Nantes. Sus bienes fueron confiscados en beneficio del duque de Bretaña y de la Iglesia, por lo que se dice que hubo motivos políticos y económicos detrás de su detención.
Aquí tenéis su declaración antes de ser condenado:
Yo, Gilles de Rais, confieso que todo de lo que se me acusa es verdad. Es cierto que he cometido las más repugnantes ofensas contra muchos seres inocentes —niños y niñas— y que en el curso de muchos años he raptado o hecho raptar a un gran número de ellos —aún más vergonzosamente he de confesar que no recuerdo el número exacto— y que los he matado con mi propia mano o hecho que otros mataran, y que he cometido con ellos muchos crímenes y pecados.
Confieso que maté a esos niños y niñas de distintas maneras y haciendo uso de diferentes métodos de tortura: a algunos les separé la cabeza del cuerpo, utilizando dagas y cuchillos; con otros usé palos y otros instrumentos de azote, dándoles en la cabeza golpes violentos; a otros los até con cuerdas y sogas y los colgué de puertas y vigas hasta que se ahogaron. Confieso que experimenté placer en herirlos y matarlos así. Gozaba en destruir la inocencia y en profanar la virginidad. Sentía un gran deleite al estrangular a niños de corta edad incluso cuando esos niños descubrían los primeros placeres y dolores de su carne inocente.
Contemplaba a aquellos que poseían hermosa cabeza y proporcionados miembros para después abrir sus cuerpos y deleitarme a la vista de sus órganos internos y muy a menudo, cuando los muchachos estaban ya muriendo, me sentaba sobre sus estómagos, y me complacía ver su agonía...
Me gustaba ver correr la sangre, me proporcionaba un gran placer. Recuerdo que desde mi infancia los más grandes placeres me parecían terribles. Es decir, el Apocalipsis era lo único que me interesaba. Creí en el infierno antes de poder creer en el Cielo. Uno se cansa y aburre de lo ordinario. Empecé matando porque estaba aburrido y continué haciéndolo porque me gustaba desahogar mis energías. En el campo de batalla el hombre nunca desobedece y la tierra toda empapada de sangre es como un inmenso altar en el cual todo lo que tiene vida se inmola interminablemente, hasta la misma muerte de la muerte en sí. La muerte se convirtió en mi divinidad, mi sagrada y absoluta belleza. He estado viviendo con la muerte desde que me di cuenta de que podía respirar. Mi juego por excelencia es imaginarme muerto y roído por los gusanos.
Yo soy una de esas personas para quienes todo lo que está relacionado con la muerte y el sufrimiento tiene una atracción dulce y misteriosa, una fuerza terrible que empuja hacia abajo. (...) Si lo pudiera describir o expresar, probablemente no habría pecado nunca. Yo hice lo que otros hombres sueñan. Yo soy vuestra pesadilla.
Alucinante
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