lunes, 11 de junio de 2012

Cuentos infantiles macabros (II)

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 La tristísima historia de las cerillas (Die gar traurige Geschichte mit dem Feuerzeug) relata como una niña, por jugar con fuego,muere quemada:


Los papás de Paulinita
la dejan sola en casita.
La niña corre, jugando
con su muñeca y cantando,
hasta que —¡Oh maravillas!—
ve una caja de cerillas.
"¡Qué juguete! ¡Qué bonita!",
dice, al verla, Paulinita:
"Voy a probar a encender
como mamá suele hacer".

Y Minta y Maula, las gatas,
levantan, tristes, las patas:
"¡Tu papá te lo ha prohibido!",
le dicen, con un maullido:
"¡Miau, mio! ¡Miau, mio!
¡Te quemarás! ¡Déjalo…!"

Paulinita desatiende
el buen consejo y enciende,
como se ve en la figura,
la cerilla —¡ay, qué locura!—
mientras salta de contento
sin descansar un momento.

Y Minta y Maula, las gatas,
levantan, tristes, las patas:
"¡Tu mamá te lo ha prohibido!",
le dicen, con un maullido:
"¡Miau, mio! ¡Miau, mio!
¡Te quemarás! ¡Dejaló…!"

Las llamas —¡ay!— han prendido
en la manga, en el vestido,
la falda, la cabellera…
se quema la niña entera.

Minta y Maula, al contemplarla,
gimen a dúo: "¡Salvadla!
¡Socorro! ¡Auxilio! ¡Corriendo!
¡La pobre niña está ardiendo!
¡Miau, mio! ¡Miau, mio!
¡Paulinita se quemó!"

La niña —¡qué gran tristeza!—
ardió de pies a cabeza.
Quedaron los zapatitos,
cenizas y dos lacitos.

Minta y Maula, frente a frente,
lloran muy amargamente:
"¡Pobres papás! ¡Miau, mio!
¿Dónde estarán? ¿Dónde? ¿Do?"
Y derraman, tristemente,
de lágrimas un torrente.








La Historia de Federico el Cruel (Die Geschichte vom bösen Friederich) cuenta cómo un chico violento  y problemático aterroriza a las personas y a los animales, hasta que un día un perro le muerde y el niño enferma. Mientras él se tiene que quedar en la cama guardando reposo y tomando medicinas, el perro se come su cena:

La historia del malvado Federico 
¡Federico, Federico  
era un demonio de chico! 
A las moscas por las malas, 
les arrancaba las alas. 
Mataba pájaros, gatos,  
destrozaba sillas, platos 
y su maldad era tanta 
que azotó a la gobernanta. 

En la fuente con afán 
saciaba su sed un can. 
Federico, el muy malvado, 
 lo sorprende descuidado, 
 y sin pensárselo mucho 
azota al pobre chucho. 
el perro gime y, arisco, 
responde con un mordisco. 
Federico, el imprudente,  
grita y llora amargamente, 
hasta que el perro se asusta  
y se larga con la fusta. 

A Federico el doctor, 
para calmarle el dolor, 
le mando una medicina 
más amarga que la quina. 
El perro, en cambio, se harta 
de salchichas y de tarta; 
antes de seguir camino 
bebe un vaso de buen vino, 
y vigila bien la fusta 
porque el palo no le gusta. 























La historia del fiero cazador  (Die Geschichte vom wilden Jäger) describe la venganza de una liebre contra el cazador que ha matado a su familia:

Con su zurrón, la escopeta,
pólvora y verde chaqueta,
el cazador de la plaza
sale temprano de caza.

Pese a ser corto de vista,
sigue a la liebre la pista.
La liebre en su mirador
se burla del cazador.

Por el cielo el sol progresa
y la escopeta le pesa.
De modo que se adormila
mientras la liebre vigila.
Y cuando empieza a roncar,
la liebre, sin vacilar,
lo despoja en un momento
de anteojos y armamento.

La liebre con lentes ve
mucho mejor, así que,
carga en el momento justo
y a cazador le da un susto.
“¡Auxilio! ¡Socorro!” –grita-
“¡San Huberto! ¡Santa Rita!”.

Huyendo campo a través,
regresa a casa por pies.
Salta al pozo, sin respiro,
y la liebre suelta el tiro.
Su esposa, doña Juliana,
toma café en la ventana.
La taza se parte en dos,
la mujer grita: “¡Por Dios!”.

Entre el pozo y la botica
se esconde la liebre chica,
y aquel café a la infeliz
le chamusca la nariz.
“¡Protesto!”, se queja en vano,
con la cuchara en la mano.



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